¿Por qué elegí a Balthus para «Culpa y Perdón»?

La continuación de El ladrón de rostros utilizaba, para un punto de giro, una obra del pintor valenciano Enrique Pertegàs. Pero como ya expliqué en un artículo anterior, desistí de ello. El resultado de la subtrama no merecía la complejidad documental que debía hacer. Aunque seguía necesitando una obra pictórica ante la que debía aparecer un cadáver. Era básico, pues quien estuviera pintada en ella, sería un personaje indispensable para un resultado digno.

Me decidí por esta obra: “Thérèse soñando” de Balthus

La escogí por varias razones. La primera, porque es una obra que me encanta desde que la descubrí preparando El ladrón de rostros (Incluso me permití escribir algo basado en ella y que podréis leer en el BONUS que hay al final de este texto). La segunda y más importante, como provocación hacia las mentes moralistas y llenas de un sexo tan sucio como enfermo. Idéntico al que sienten algunos de los personajes de “Culpa y perdón” y muchos miles de criaturas que dedican su vida a la involución cultural y de pensamiento que sus religiones exigen. Sirva como ejemplo, las más de 9.000 firmas pidiendo que el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York la retire, al considerarla “inapropiada”.

Seamos objetivos. Si miramos la pintura, veremos a Therese Blanchard, vecina del pintor. Una niña de once años (en el momento de pintar el cuadro) y modelo de buena parte de su obra, que aparece en una postura digamos, sugerente; incómoda para según que ojos la miren: las piernas algo abiertas, una de ellas levantada enseñando las bragas; los brazos por encima de la cabeza, como si deseara mostrarnos un pecho todavía inexistente y los ojos cerrados como en una ensoñación… Sí, una mirada enferma puede ver provocación sexual en esa púber.  Provocación que le lleve a sentir lascivia y con ella, el sentimiento de pecado, suciedad del alma. Cuestiones más que importantes como para negar la obra a los ojos del Mundo.

Pero, ¿qué sucede con los millones de ojos que son capaces de mirar el cuadro con limpieza? Admirar su luz, el trazo, la composición… ¿Cualquier amante del Arte habrá de pagar por culpa de mentes enfermas de religión y moralidad que pudren hasta los sentimientos más hermosos?

Por lo que sé, Balthus no veía suciedad en sus cuadros. Él veía a las niñas (y yo lo extendería a los niños) con el impudor propio de la inocencia que todavía mantenemos en la infancia. A poco que aceptemos esa premisa veremos que lo morboso no son ellas, ni sus posturas en los cuadros. Lo morboso y enfermo reside en la mirada de algunos que se postulan como adalides de una cierta moral maligna que persigue castrar lo hermoso en aras de una castidad antinatural que postulan pero no ejercen. Véase los miles de casos de sacerdotes pederastas que la Iglesia esconde.

Dejando esa inmundicia al margen, qué queréis que os diga, yo no necesito que nadie salga a defender mi alma. No acepto que nadie, porque algún dios maligno y enfermo de lo ordene, imponga qué debo y no debo ver en el Arte. Porque si dejamos que esa gentuza empiece por Balthus, no se detendrán hasta que haya desaparecido el último desnudo y el Arte no contenga más que cristos, santos, mártires, héroes y material inocuo. La historia de las tres religiones monoteístas nos ha enseñado que el fundamentalismo religioso nunca se ha detenido a la hora de eliminar toda Cultura, Conocimiento o Arte que no sea afín a sus mentes enfermas.

Así nos va.

BONUS

Thérèse soñando – Batlhus

Si deseara parafrasear a Humbert Humber empezaría diciendo: “Thérèse, luz de mi vida, fuego de mis entrañas…” Pero como podéis imaginar, ni soy él ni mi intención es copiarle.

Solo soy, y en eso sí coincidimos, víctima de una Lolita llamada Thérèse, otra nínfula con cuerpo de adorable criatura que esclaviza a quien la conoce, impidiéndole, además, liberarse de la conciencia del pecado. Ese soy yo ahora, un pecador irredento que bebe los vientos por esa criatura que conseguiría de mi lo que deseara.

Pero qué puedo hacer yo cuando se presenta en mi estudio y se sienta frente a mí de ese modo, con las piernas entreabiertas mostrándome las bragas sin pudor alguno; levantando los brazos e insinuándome sus incipientes pechos de los que bebería la leche y la miel que desearan darme.

Y ella lo sabe. Desde su falsa inocencia Thérèse se muestra, se insinúa, se ofrece como la fruta a la que apenas le quedan unas horas para llegar al punto óptimo de maduración.

Si fuera cristiano, ella sería Eva ofreciéndome la manzana. Pero soy un pintor descreído y mi Eva es Thérèse afreciéndome su sexo de mujer inacabada, pero completo en su capacidad tentadora.

Mis amigos —no todos claro— me definen como un “vicioso”, pero cuando los observo mientras miran el cuadro, pudo percibir cómo sus lenguas se relamen por detrás de los labios entrecerrados. Y es entonces que aparece la sutil diferencia entre ellos y yo. Y aparece la pregunta sobre quién es peor, yo que no escondo mis deseos a pesar de no complacerlos, o ellos que bajo ese disfraz moralista le harían todo lo que mi deseo coarta. La respuesta es obvia: a los ojos del mundo ellos son las buenas gentes y yo la maldad. Y es así que se constata que lo que cuenta en este mundo hipócrita no es la verdad, sino la apariencia.

Pero no me importa. Yo soy quien soy y jamás esconderé a los ojos de los demás lo que mis ojos ven y plasman en el lienzo. Y así como esas buenas gentes, iconos de la cúspide moral, babearán por cada niña o mujer que se ponga frente a ellos, yo permaneceré fiel a Thérèse y a esa candidez preñada de sensualidad que la acompañará por siempre.

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Fragmento de «Culpa y Perdón» (título provisional)

La segunda parte de El ladrón de rostros ya anda en plena producción. Debajo de la imagen tenéis una muestra de la subtrama de Alba y Óscar.

[…]

Óscar estaba en la terraza aprovechando el calorcito de abril y escuchando el aria “Un bel di vedremo” de Madame Butterfly en una versión que regalaba YouTube. Era una página musical que siempre le enturbiaba los ojos imaginando a Cio-Cio San esperando reunirse algún día con su amado Pinkerton para entregarse al amor que siente y que ella cree mutuo. Pensaba ahora en el concepto mutuo, lo que convierte al amor de pareja en certeza, e imaginaba a Alba alejada de él. El aria le decía que “un bello día veremos…”, él no sabía cuándo sería ese día ni qué vería en él que no fuera el mundo gris de ahora.

Dejó que la música siguiera entrando en sus oídos y volvió a darle vueltas a la necesidad o no de contarle lo del castrado y lo de la copia del cuadro de Balthus ¿Hasta qué punto era necesario hacerle revivir el infierno pasado? Dio un sorbo a la cerveza y decidió mentir. Buscaría una excusa creíble y sería él quien se acercaría al Hospital Psiquiátrico Penitenciario de Sevilla para entrevistar a Diego y ver de conseguir toda la información posible. Tampoco iba a pasar nada. Seguro que ella se sentiría liberada al poder quedarse sola. Se le ensombreció el rostro preguntándose por qué tardaba tanto en salir a compartir la cerveza con él. En otro momento se hubiera levantado y hubiera entrado a preguntarle si había algún problema, si le necesitaba con el pequeño; ahora permanecía clavado en la silla porque temía encontrar algo indebido si lo hacía.

La desconfianza es una enfermedad terrible y uno de sus síntomas, los celos, son capaces de destruir todo lo que toque ¿Eran celos? Se preguntaba. Nunca los había sentido y no se veía capaz de reconocerlos. La desconfianza no, ese era más habitual. Pero esta vez el dolor interno era otro, ¿Qué le había sucedido las otras veces al ser abandonado? Sí, claro, el malhumor, la ofensa, la autoestima, las ganas de darle una patada en el culo a la que correspondiera y quedarse tranquilo… muchos sentimientos agolpados, cierto, pero ninguno como lo que sentía ahora. Ese era un temor nuevo. No el miedo a quedarse solo, que va, era el miedo a perderla, a no sentirla a su lado cada mañana, a no verla vestirse, a ese pudor infantil que la llevada a medio esconderse hasta no llevar las bragas puestas. Todos esos pequeños detalles que construyen el… el amor. Era eso. La diferencia entre antes y ahora se llamaba “Amor”. A las otras las debió desear, sentirse atraído por ellas, incluso quererlas a su modo. Pero el amor incondicional que sentía por Alba era un sentimiento distinto y mucho más fuerte que le rascaba dentro si pensaba en la posibilidad de perderlo. Y ahora, en un momento tan delicado como aquel iba a soltar una tanda de mentiras para poder irse un par de días, ¿demostraba ser un completo imbécil? Por supuesto, y con letreros luminosos señalándole.

[…]

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De documentaciones y decisiones en la segunda parte de la trilogía de Diego

Enrique Pertegàs 1961

Documentaciones

El desencadenante inicial de la segunda parte de la trilogía de Diego —cuyo primer volumen “el ladrón de rostros” podéis adquirir en este enlace—, llegaba cuando un anciano aparecía muerto frente a un retrato pintado por Enrique Pertegás.

Se trataba de un falso suicidio para el que me tuve que documentar de una forma especial, pues la autopsia debía poder explicar con el mayor detalle la forma de una herida de bala realizada a bocajarro por una pistola, la posición del cadáver y el arma y, lo más importante, qué signos podían evidenciar que aquel suicido, a priori tan claro, escondía un asesinato cometido con premeditación.

Ese desencadenante, ese cadáver frente a una obra que representaba el torso desnudo de una mujer, en una sala austera decorada con crucifijos de todos los tamaños y épocas, regalaban un primer punto de giro: ¿Cuál era el vínculo entre el anciano muerto y la obra en cuestión? ¿Qué hacía un desnudo femenino en una sala preñada de crucifijos e imágenes Cristos espinadosy santos dolientes?

Me empecé a documentar sobre la vida y obra de Enrique Pertegás, alguien por quien ya sentía admiración desde el momento en que lo descubrí para utilizar su obra en “el ladrón de rostros”. Sabía algunas cosas de él: republicano, antifascista, antifranquista, ateo; había trabajado en una revista anticlerical llamada “la traca” y de la que tenía referencias llegadas de mi padre que la había leído en su juventud. Sabía que había sido represaliado y que muchas personas que tenían obras suyas las hicieron desaparecer para no significarse en aquella España tan negra como el alma de los vencedores.

Sí, todo me invitaba a continuar adelante. Para colmo, tenía la posibilidad de contactar con los herederos del pintor pues, el corrector de mi novela, estaba casado con una nieta del pintor. Otra de las sorpresas que pareció reservarme el destino ¡Se puede pedir más! Era la culminación: la casualidad de que el corrector de una novela cuyo tema era “El destino y la casualidad”, fuera familia de uno de los pintores que aparecían en ella.

Decisiones

Y ahí me tenéis, con la escaleta casi terminada y con unas cien páginas escritas, que me di cuenta de que me estaba metiendo en un jardín del que me costaría salir, pues el trabajo de documentación necesario, para que lo escrito fuera fiel a la verdad, iba a costarme muchísimo más esfuerzo del que me veía capaz. Para colmo, cuando me paraba a analizar las subtramas y ver cómo enlazarlas de manera que llegaran al final de forma coherente, me daba cuenta de que eran tan débiles que no me convencían ni convencerían a los hipotéticos lectores.

En ese momento me tocó enfrentarme a algo que, a buen seguro, les ha sucedido a muchos escritores. La disyuntiva de: arriesgarme a perder el tiempo hasta cerrar una novela que siquiera a mí me convencía o tirarlo todo y empezar de cero renunciando a hablar de mi admirado Enrique Pertegás. Debía escoger entre razón y corazón y eso, amigos míos, nunca es fácil aunque siempre es necesario.

Como debía ser fiel a mí mismo, decidí tirarlo todo y aparcar el tema para cuando viera alguna luz al final del túnel. Quedaba casi todo abandonado, apenas algunas escenas entre Óscar y Alba y gran parte del diario que Diego iba escribiendo. Y, por supuesto, el tema de la novela que permanecía invariable en mi mente: La culpa y el perdón.

Durante tiempo, igual que me había sucedido con la primera parte, los documentos, resúmenes, documentaciones, fotografías… languidecían en una carpeta llamada “Pertegás”. Como ya expliqué hace un tiempo, ni mi salud ni mis ganas andaban como para retomar las riendas de mi trabajo. Fue en 2023, cuando en enero empecé a vender algunos ejemplares del ladrón de rostros. Ventas que se han ido manteniendo hasta llegar a algo más de noventa ejemplares. Más de los que vendí por los canales habituales en los años anteriores. Ese cambio representó el pistoletazo de salida para volver al trabajo y enfrentarme a nuevas documentaciones y decisiones que las que hablaré en un próximo artículo.

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La geografía de los niños pequeños

La geografía[1]de los niños pequeños y de los recuerdos que quedan cuando nos hacemos mayores, es muy escasa y apenas se compone de trayectos repetidos.

Una de ellas, podría ser ésta: Salía de mi casa, en la calle Magallanes 51 y giraba hacia la izquierda (dirección contraria a la Plaza del Surtidor). En la esquina con Cruz Canteros, había una tienda de comestibles que se llamaba, si no me falla la memoria, Cal Morral. Enfrente, al otro lado de la calle, estaba la pesca Salada de la señora Maneleta. Era el lugar maravilloso donde conseguir la necesaria sardina cuando correspondía. De la esquina del Morral subía hacia arriba, dirección Montjuic, donde me encontraba, primero la Mercería de la Anita; un sitio extraño para un niño, pero que tenía algo que me cautivaba la curiosidad: el huevo de madera para zurcir las medias. Más arriba, en la otra acera, me encontraba con un sitio que no me gustaba nada, la lechería de la señora Quimeta. Y es que en aquellos tiempos odiaba la leche. Nadie lo entendía, pero imagino que era una cuestión de alergia, y más una leche tan pura como esa. Al llegar a la esquina con Aníbal y antes de girar a la derecha, dirección Radas, había otra tienda de comestibles, la del señor Lluís. Un lugar donde cometí mi primer delito: robar un boniato que, al llegar a casa, mi madre me hizo devolver, haciéndome pasar uno de los momentos más vergonzosos de la vida de un niño (Gracias madre por hacerme ese favor). Y en esa misma finca, el nº 24 de la calle Aníbal, vivía mi abuela materna, mi segunda casa. Y frente a ella, una colchonería en la que vi cardar la lana muchísimas veces desde el largo balcón del piso de la iaia Adela.

La otra geografía importante era el camino a la escuela. Salir del nº 51 y girar a la derecha, atravesar la Plaza del Surtidor con la farmacia a mano derecha (y aquellos caramelos pequeños de color y sabores), el bar Jeniu a la izquierda y frente a él el horno de pan y la papelería donde mi madre, pobre, me compraba día sí, día también, sacapuntas, lápices de dos colores, bolígrafos… todas las cosas que niños más espabilados que yo me hacían desaparecer en la escuela. Seguía adelante y pasaba por otra tienda, la única que recuerdo, porque mi madre me compraba cucuruchos de garbanzos cocidos que yo me comía como caramelos. Y por fin llegaba a la calle Tapioles donde, girando a la derecha y en la acera de la izquierda tenía la Academia Balmes y su director, el sr. Ribot.

Luego vinieron más trayectos, claro, a medida que vas creciendo el mundo se amplía. Aún y así, había una serie de fronteras naturales que marcaban mi infancia. El paseo de la Exposición, el Paralelo, la calle Roser y la Plaza de las Navas. Fronteras que solo se sobrepasaban si iba acompañado de los mayores. Fronteras que al fin, la valentía de la ignorancia y la necesidad de la desobediencia, vencían y hacían mi mundo más y más amplio.

Podría hablaros de los paseos que llegue a hacer con mi inolvidable primo Roberto, en los que superamos el Paralelo hasta adentrarnos en el sórdido pero atrayente mundo de la calle de las Tapias. De incursiones realizadas hasta más arriba del paseo de la Exposición o de llegar hasta la Font de Montjuic… pero nos alejaríamos demasiado del niño que protagonizará las próximas anécdotas.


[1] He decidido que los nombres de las calle mantengan la nomenclatura franquista pues fue en ese periodo oscuro, triste y vergonzoso que crecí y los nombre que manejé.

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Mis manos

Nunca me gustaron mis manos ni tampoco mis pies. Y podría continuar con otras partes de mí cuerpo que no son de mi agrado, pero hacerlas públicas representaría dar pábulo a esos que, no teniendo vida propia, viven y critican la de los demás. De no existir esa inmensa minoría, no me molestaría desnudarme ante la pequeña mayoría que siempre me leerá de forma objetiva. Pero no nos salgamos de guion y dejemos de lado las cuestiones sociales para centrarnos en lo que de verdad importa: mis manos.

Veréis, siempre desee tener unas manos grandes y de dedos largos. No sólo por una cuestión estética, que sí, sino también porque ellas me hubieran permitido tocar la guitarra con menos esfuerzo y tensión con que lo hice. Y eso a pesar de que mi profesor de guitarra consiguió que, con mis “deditos”, hiciera extensiones en el mástil del instrumento con la mayor dignidad. Gracias, Guillem Pérez Quer

Pero como sucede en la vida, no todo es malo. Cualquier cosa negativa tiende a contrarrestarse con algo positivo que la convierte en más llevadera. De ahí que me diera cuenta de que, si mis manos no me gustan en tanto que objeto, he llegado a maravillarme de su funcionamiento como herramienta.

Por ejemplo, en los años que llevo vividos, aprendieron oficios y se convirtieron en manos de albañil, de fontanero, de electricista, de pintor (de brocha y rodillo)… Hoy son manos que escriben y que años atrás hicieron proyectos y programación informática. Manos que tocaron la guitarra y que siempre acompañan a mi voz, gesticulando, cuando he de hablar en público.

Son manos que me enorgullecen porque supieron acoger entre ellas a cada uno de mis cuatro hijos y a mis dos nietos. Manos juguetonas, regaladoras de cosquillas y hasta de algún azote cuando el diálogo fue inútil.

Todavía hoy son manos de enamorado que aprendieron a regalar caricias en el cuerpo de la amada. Con dedos capaces de sustituir a mis ojos cuando la noche los convierte en inútiles. Y viéndolas de ese modo me doy cuenta que, son buenas herramientas para trabajo, el placer, el cariño o el consuelo

Ayer les hice las fotos que acompañan a este texto y que miro mientras escribo, dándome cuenta de que ahora, unido a su poca belleza, se han convertido en manos de viejo que se arrugan y se tiñen con manchas nunca pedidas. Y con todo, me enorgullecen. Gracias por haber aprendido tanto y haberme enseñado que el límite siempre puede estar un poco más allá.

BONUS

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Ciertas personas

Me ha sucedido muchas veces, ciertas personas me engañan de un modo tan doloroso que me veo obligado a realizar una catarsis curativa para no hundirme. Os pondré un ejemplo para que me entendáis.

Un día mi amigo Paco andaba sin dinero y le invité a la cerveza ¡Qué no hará uno por los amigos!, ¿verdad? A ese día le siguieron otros y siempre con el mismo resultado. Más tarde, mi amigo Paco encontró trabajo y se estabilizó. Pero eso no afectó al hecho de que mi cartera siempre fuera la más rápida del bar. Tiempo después cambiaron las tornas y fui yo el que se quedó sin trabajo. Llegó el día en que mi amigo Paco tuvo que invitarme a una cerveza y ahí empezó el problema, que mi amigo Paco es feliz siendo “invitado” pero lleva mal lo de ser “invitador”. Conclusión, que ya me es imposible quedar con mi amigo Paco.

Bien, la realidad es que no tengo a ese amigo imaginario del que os he hablado, pero conozco a mas «amigos Paco» de los deseables. Y no creo que sea el único, si quien me está leyendo tiene suficiente empatía e inocencia para con las demás personas, a buen seguro que conocerá a unos cuantos “amigos Paco” (desde ahora “parásitos” o «vampiros»).

Son las personas “pedidoras” y que nunca serán “dadoras”. Aquellas que te piden favores, favores que uno da sin pedir nada a cambio porque para eso existe la solidaridad entre amigos, pero que desaparecen el día que tú necesitas algo de ellos. Esos compañeros de trabajo que, amparados en el compañerismo, se quedarán con todos los méritos dejándole a uno sin nada. Aquellos con quienes haces proyectos comunes que luego eliminan los Nosotros por un Ellos dejándonos con cara de imbécil.

Amigos, ayer cumplí 69 años y alguien me pidió un favor. Se lo hice. Luego le comenté que podía leer alguno de mis libros y, como no podía ser de otro modo, se me fue por la tangente sin siquiera mentirme diciéndome que lo haría.

Con 69 años y todavía gilipollas. Todavía regalando hora de mi escaso tiempo para recibir Nada. Y es que quien unos pecamos de tontos mientras ciertas vampiros nos chupan emocional y físicamente sin darnos ni la hora… pero no les recriminéis nada, que todavía se ofenden.

Y con todo, a pesar de seguir haciendo el canelo las más de las veces, he aprendido un poco de los vampiros y ando en la vía de curarme. Así que, a buen seguro que antes de los 90, si la salud me respeta, me habré convertido en Van Helsing.

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«Charlas de sexo… libres de morbo» en números

Cuando a finales del año 2020 decidí llevar mis humildes relatos eróticos a la plataforma de podcast IVOOX, jamás hubiera pensado el éxito que tendrían pasados apenas tres años.

Y es que  

Charlas de Sexo… libres de morbo – Podcast en Ivoox  

ha conseguido, desde el 1 de enero del 2021 hasta hoy, 16 de noviembre de 2023, los siguientes números.

  • Ha llegado a 86 países (lo podéis ver en el mapa de cabecera de la entrada).
  • Sus ya 58 episodios han conseguido 47.500 audiciones.
  • Todas ellas han venido de 1.317 suscriptores acumulados.

Ese éxito ha ido acompañado de comentarios tan hermosos como estos que os pongo a continuación

Después de encontrarte, repaso tus podcast retrospectivamente.
Este también me ha gustado!!..cuantas verdades encierra, cuantas verdades.
Me gusta saber que compartes muy bien lo que yo siento.
Muchas 🙂 gracias

Acabamos de conoceros y os felicitamos,,, fuera tabúes, con una pizca de humor y mucha naturalidad…
Desde Argentina, un abrazo fraterno

hola Manel, muy agradecida, sobre todo por ser audios, tu voz tu dicción tu cadencia… me flipa escucharte, lo que cuentas y el cómo, y escuchar a Debussy..
Has sido de mis mejores regalos del año.
¿Dices que hay libros..?
Soy fan total¡¡
Eres inspiración, descanso, masaje cerebral y emocional.
mil gracias

la elegancia echa sexo..
gran momento y una narración exquisita.

Y fueron precisamente estos comentarios los que me llevaron a decirme a convertir las primeras dieciséis charlas y sus relatos correspondientes, en el libro que tenéis a continuación y que podéis conseguir en todos los formatos desde mi página de autor de AMAZON en el siguiente enlace:

Charlas de sexo… Libres de morbo

Dentro del cual encontraréis este contenido

Espero que os animéis a comprar algun ejemplar para leer con vuestras parejas, pues esa y no otra es la intención. Y deseo, de corazón, que si me leéis, os guste tanto como me gustó a mi escribirlo.

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«Ladrón de rostros» – fragmento capítulo 18

[…]

Al principio pensé que me sobrevendría la culpa de un momento a otro. Es lo que acostumbra a suceder ¿Verdad? No, dudo que jamás hayas sentido la culpa a la que me refiero: la liberadora, la que lleva a confesar, a terminar con la vida porque pudre por dentro, a postrarse ante una imagen religiosa…

Creo que llegó un momento que me levantaba esperándola. Encerrado solo y en una casa inmensa, el tiempo transcurre de otro modo y no tuve conciencia de cuánto debió pasar, pero nunca sobrevino ¿sabes? Tras tantos días esperándola, después de haberme obsesionado con ella, un día, sin venir a cuento, caí en la cuenta de que nunca la sentiría. Tomé consciencia de que algún gen dentro de mí había nacido años atrás en Hungría, había viajado con mi madre a América y se me había instaurado en algún rincón del alma. Era capaz de vivir con esa carga y no sentir nada.

            Podía continuar haciendo las mismas cosas pero sin el peso de la incertidumbre, ni la responsabilidad del mal. Era totalmente libre. Podía pasarme las horas sentado, escuchando música y mirando su retrato y mis manos. Me daba cuenta de cuan hermosa era María allí, aprisionada en mi lienzo, para siempre. Y después miraba mis largos dedos, los apéndices encargados de transmitir mi poder a la tela a través de los pinceles y me admiraba mi capacidad para captar la sutil sensualidad de su mirada, la humedad de sus labios, la perfección de su cara. Sí, era eso, era así de simple, le había robado su belleza antes de que la vejez, los achaques o la enfermedad los borraran de su rostro.

[…]

Consigue tu ejemplar de la novela en: Este enlace

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El Antagonista, un personaje tan necesario como Satanás

Entre las diversas acepciones que el RAE nos da sobre la palabra: “Antagonista”, encontramos la siguiente: Personaje que se opone al protagonista en el conflicto esencial de una obra de ficción.

Sin ese antagonista capaz de desencadenar el conflicto que saque al protagonista de su zona de confort, no tenemos historia. Es una certeza. Así nos encontramos con que:

  • En los cómics siempre hay un antagonista que hace trabajar al héroe: Superman tiene a Lex Luthor y la kriptonita, Batman al Joker, El Capitán Trueno y El Jabato a los sarracenos, Flash Gordon al tirano Ming, del planeta Mongo…
  • En el cine tenemos al famosísimo James Bond y los agentes de Spectra. El maravilloso Hannibal Lecter, como antagonista de Clarice en “El silencio de los corderos”.
  • En la literatura universal encontramos grandes antagonistas. En “Los miserables” de Victor Hugo está Javert, un guardia de prisión sin empatía alguna por los criminales y que sigue la Ley sin ponerla en duda. En “Crimen y castigo” de Dostoievski tenemos a Porfiry Petrovich, el investigador que perseguirá a Raskolnikov… Incluso en mi humilde novela, El ladrón de rostros, Alba Garcés se las tiene que ver con Diego, el pintor.

Muchos me dirán que hay novelas en la que no aparece un antagonista, en tanto que personaje físico. Cierto, sucede. El mismo protagonista puede ser su antagonista si lucha consigo mismo al convertirse en insecto o en un ser lleno de maldad. El antagonista puede ser una bacteria, un virus, una plaga, una flota estelar o un vicio. La Imaginación y su maestra, la Vida, dan para mucho.

En este artículo me voy a centrar en un BestSeller que tiene uno de los antagonistas más bien creados y utilizados para conseguir su fin: que la historia mantenga la tensión narrativa. Me refiero a la Santa Biblia.

Nada más comenzar aparece Dios, protagonista destacado y narrador de la historia, haciendo su trabajo diario de la Creación. Apenas leídas unas páginas, vemos la primera escena interesante: en ella descubrimos a dos secundarios: Adán y Eva transitando en su Jardín del Edén[1] en el que nada sucede. Ambos hacen su vida ajenos a todo, los animales viven en perfecta comunión, las plantas suministran alimento y el Dios creador de todas las cosas se los mira embelesado.

««Fin de la historia.»»

Y es que es así, si nada sucede, si no hay un desencadenante que saque a los protagonistas de su zona de confort, no tenemos trama alguna. Si los personajes se levantan, cagan, mean, toman café y salen a pasear, jamás captarán la atención de nadie porque eso es la vida de la mayoría: anodina.

Es evidente, entonces, que si Dios lo hubiera dejado todo de ese modo, no habría existido el mundo tal y como lo conocemos. No hubiera existido el Pecado Original, no hubiera hecho falta ningún mesías, ni un Juan el Bautista, ni los judíos hubieran huido de Egipto… El Jardín del Edén, ese capítulo 2 de la Biblia hubiera sido el último y con él toda la posibilidad de continuidad.

¿Qué editorial compraría una obra tan nefasta?

Por suerte Dios es todopoderoso y vio que inventarse un primer antagonista que diera continuidad a su libro: La Serpiente. Un ser más listo y ladino que el propio Todopoderoso, un ser capaz de vencer al mismísimo orgullo de la creación —hecho a imagen i semejanza de sí mismo—, me refiero al Hombre (y la mujer, no seamos quisquillosos).

TIM PLATT/GETTY IMAGES

Y es de ese modo tan simple que aparece el bicho al comienzo de la historia y, demostrando más inteligencia que el propio todopoderoso, tienta a los humanos y les hace errar de un modo tal que el Sumo Hacedor inventa una cualidad que le servirá ya para siempre: El Pecado y El Mal vinculado a él.

No me digáis que no es la perfección narrativa. De no tener historia, a poder echarlos del Paraíso, crear diluvios, quemar ciudades con sus habitantes dentro, asesinar primogénitos, mandar plagas… incluso asesinar a su propio hijo, nacido de una adolescente preñada por un palomo que es el mismo creador para tenerse a sí mismo… (sí, aquí la historia se le fue un poco de las manos. Nadie es perfecto.)

Ya más tarde, en el Nuevo Testamento, cuando decide dejar su halo vengativo para convertirse en el Dios del perdón, se ve obligado a utilizar otra figura antagonista que sea su némesis, un personaje inventado muchas páginas antes, casi olvidado pero genialmente previsto. Me refiero al Diablo, conocido también como Satanás. Un ángel que no estaba dispuesto a ser un segundón por toda la Eternidad y que le plantó cara al jefe como lo hubiera hecho el mejor sindicalista. De ese modo, se convertirá en el ser necesario capaz de mantener la historia activa por los miles de años que dure el invento del cristianismo y sus sectas.

Una figura que hace su aparición en el libro de Job y que luego sirve para darle sentido al Bien. Porque ¿Cómo reconoceríamos el Bien de no haberse inventado el mal? Dios no tendría ningún sentido, ni su regalo de vidas eternas ni el perdón de los pecados. Nada relativo a Dios tendría sentido ni importancia de no existir ese genial personaje

Ya ve, amigo lector el increíble potencial que nos regala un antagonista bien creado, metido en una estructura narrativa en la que el Bien lucha una vez tras otra contra el Mal y es vencido por Él, que a su vez desfallece por el Bien… Sí, no tengáis ninguna duda, es la estructura maravillosa del BestSeller tan utilizada en novelas millonarias en ventas.

Así que, si deseáis triunfar en el mundo literario, la base bíblica lo contiene todo. Desde naves extraterrestres hasta viajes alucinógenos, sexo, pederastia, sadismo, romanticismo, culpa, castigo, perdón, incesto, zoofilia… y con un autor más que contrastado, el Dios Uno y Trino. Y es que ya se sabe, “en un principio era el Verbo”, y si tienes verbo, lo demás son palabras.


NOTAS


[1] En Génesis 2:8, se describe cómo Dios plantó un jardín en el este de Edén y colocó allí al hombre que había creado. El lugar donde creó a Adán y Eva y les dio su primera tarea: cuidar del jardín. El jardín también contiene el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal.

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De Fake a Paparrucha… cómo ser un nefelibata

Escribí una breve entrada en LinkedIn, donde decía que si en nuestros idiomas tenemos palabras que ya definen una idea, es de estúpidos ir a otra lengua a apropiarnos de alguna en un afán de esnobismo o abierta incultura.
Utilizaba como ejemplo una que se ha convertido incluso en un arma política y de manipulación de incautos. Me refiero al vocablo inglés “Fake”, que se utiliza para referirse a toda noticia que es una falsificación o imitación de la realidad. Cuando en castellano tenemos el vocablo “Paparrucha” (sonoro y bello) y que el RAE define en su primera acepción como:  Noticia falsa y desatinada de un suceso, esparcida entre el vulgo.

Eso me llevó a pensar en la cantidad de palabras hermosas que tenemos en nuestras lenguas y cómo sucede que a veces, al contrario que vimos en “Paparrucha”, existem vocablos que no tienen correspondencia en otro idioma. Algo que debería destrozar mentalmente a esos monolingües que hacen bandera de su infinita ignorancia al odiar cualquier idioma que no sea el suyo.

Pongo un par de ejemplos:

El verbo Rielar. Una hermosa palabra de la lengua castellana que no tiene correspondencia en mi lengua materna, el Català. Lo más cercano que he encontrado es el verbo Llambrar que significa: “Emetre raigs de llum per reflexió les aigües, els metalls, les pedres precioses, etc”. Como podéis ver, ni se acerca a la exactitud de lo que significa el primero.

¿Quiere decir eso que el Català es un idioma más pobre que el Castellano? En absoluto. Y para ello os pongo el caso inverso. La palabra catalana Letraferit que significa: “Amant de conrear les lletres”. Persona amante de cuidar, mejorar y educarse en las Letras. Aunque en este caso, el RAE, sí se dio prisa en adaptarlo al castellano pues podemos encontrar el vocablo Letraherido, sólo que su significado es mucho más pobre pues lo define como: “Del cat. lletraferit. 1. adj. Esp. Que siente una pasión extremada por la literatura”.

Podría poner más ejemplos, por supuesto, pero como no deseo hacerme más pesado de lo aconsejable y quiero hacerme un poco de publicidad, terminaré con una palabra castellana, un cultismo en desuso, que me enamoró desde la primera vez que lo leí, me refiero a la palabra: Nefelibata, cuyo significado es: “Dicho de una persona: Soñadora, que no se apercibe de la realidad”.

De ella sé que su origen etimológico procede del griego y está compuesto por ‘nephéle’ (nube) y ‘bátes’ (que anda). Según algunas fuentes se le atribuye al poeta nicaragüense Rubén Darío que la utilizó en un par de poemas que os invito a buscar.

Cierto, poco recorrido para un vocablo tan hermoso. Sea como fuere, a mí me sirvió para escribir un relato distópico del que me siento muy orgulloso que trata de los límites de la privatización de lo Público. En él, un grupo terrorista llamado Nefelibata, planea un hermosos atentado poético.

Termino con un párrafo del relato comentado antes, aquel en el que hablo de ellos presentándolos:

[…]
Acérrimos defensores de su liberación para que disciplinas tan hermosas como la poesía volvieran a ser de uso común y libre para todos. Se hicieron llamar: “NEFELIBATA” —un vocablo no controlado por «AdeLe» y cuyo significado, según rezaba en los antiguos diccionarios era: “Dicho de una persona soñadora, que no se apercibe de la realidad”—. Qué mejor nombre que ese para quienes no deseaban aceptar aquella realidad gris y se empecinaban en soñar un país con libertad de voz y de palabra.
[…]

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