Nunca me gustaron mis manos ni tampoco mis pies. Y podría continuar con otras partes de mí cuerpo que no son de mi agrado, pero hacerlas públicas representaría dar pábulo a esos que, no teniendo vida propia, viven y critican la de los demás. De no existir esa inmensa minoría, no me molestaría desnudarme ante la pequeña mayoría que siempre me leerá de forma objetiva. Pero no nos salgamos de guion y dejemos de lado las cuestiones sociales para centrarnos en lo que de verdad importa: mis manos.
Veréis, siempre desee tener unas manos grandes y de dedos largos. No sólo por una cuestión estética, que sí, sino también porque ellas me hubieran permitido tocar la guitarra con menos esfuerzo y tensión con que lo hice. Y eso a pesar de que mi profesor de guitarra consiguió que, con mis “deditos”, hiciera extensiones en el mástil del instrumento con la mayor dignidad. Gracias, Guillem Pérez Quer
Pero como sucede en la vida, no todo es malo. Cualquier cosa negativa tiende a contrarrestarse con algo positivo que la convierte en más llevadera. De ahí que me diera cuenta de que, si mis manos no me gustan en tanto que objeto, he llegado a maravillarme de su funcionamiento como herramienta.
Por ejemplo, en los años que llevo vividos, aprendieron oficios y se convirtieron en manos de albañil, de fontanero, de electricista, de pintor (de brocha y rodillo)… Hoy son manos que escriben y que años atrás hicieron proyectos y programación informática. Manos que tocaron la guitarra y que siempre acompañan a mi voz, gesticulando, cuando he de hablar en público.
Son manos que me enorgullecen porque supieron acoger entre ellas a cada uno de mis cuatro hijos y a mis dos nietos. Manos juguetonas, regaladoras de cosquillas y hasta de algún azote cuando el diálogo fue inútil.
Todavía hoy son manos de enamorado que aprendieron a regalar caricias en el cuerpo de la amada. Con dedos capaces de sustituir a mis ojos cuando la noche los convierte en inútiles. Y viéndolas de ese modo me doy cuenta que, son buenas herramientas para trabajo, el placer, el cariño o el consuelo
Ayer les hice las fotos que acompañan a este texto y que miro mientras escribo, dándome cuenta de que ahora, unido a su poca belleza, se han convertido en manos de viejo que se arrugan y se tiñen con manchas nunca pedidas. Y con todo, me enorgullecen. Gracias por haber aprendido tanto y haberme enseñado que el límite siempre puede estar un poco más allá.
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