¿Por qué elegí a Balthus para «Culpa y Perdón»?

La continuación de El ladrón de rostros utilizaba, para un punto de giro, una obra del pintor valenciano Enrique Pertegàs. Pero como ya expliqué en un artículo anterior, desistí de ello. El resultado de la subtrama no merecía la complejidad documental que debía hacer. Aunque seguía necesitando una obra pictórica ante la que debía aparecer un cadáver. Era básico, pues quien estuviera pintada en ella, sería un personaje indispensable para un resultado digno.

Me decidí por esta obra: “Thérèse soñando” de Balthus

La escogí por varias razones. La primera, porque es una obra que me encanta desde que la descubrí preparando El ladrón de rostros (Incluso me permití escribir algo basado en ella y que podréis leer en el BONUS que hay al final de este texto). La segunda y más importante, como provocación hacia las mentes moralistas y llenas de un sexo tan sucio como enfermo. Idéntico al que sienten algunos de los personajes de “Culpa y perdón” y muchos miles de criaturas que dedican su vida a la involución cultural y de pensamiento que sus religiones exigen. Sirva como ejemplo, las más de 9.000 firmas pidiendo que el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York la retire, al considerarla “inapropiada”.

Seamos objetivos. Si miramos la pintura, veremos a Therese Blanchard, vecina del pintor. Una niña de once años (en el momento de pintar el cuadro) y modelo de buena parte de su obra, que aparece en una postura digamos, sugerente; incómoda para según que ojos la miren: las piernas algo abiertas, una de ellas levantada enseñando las bragas; los brazos por encima de la cabeza, como si deseara mostrarnos un pecho todavía inexistente y los ojos cerrados como en una ensoñación… Sí, una mirada enferma puede ver provocación sexual en esa púber.  Provocación que le lleve a sentir lascivia y con ella, el sentimiento de pecado, suciedad del alma. Cuestiones más que importantes como para negar la obra a los ojos del Mundo.

Pero, ¿qué sucede con los millones de ojos que son capaces de mirar el cuadro con limpieza? Admirar su luz, el trazo, la composición… ¿Cualquier amante del Arte habrá de pagar por culpa de mentes enfermas de religión y moralidad que pudren hasta los sentimientos más hermosos?

Por lo que sé, Balthus no veía suciedad en sus cuadros. Él veía a las niñas (y yo lo extendería a los niños) con el impudor propio de la inocencia que todavía mantenemos en la infancia. A poco que aceptemos esa premisa veremos que lo morboso no son ellas, ni sus posturas en los cuadros. Lo morboso y enfermo reside en la mirada de algunos que se postulan como adalides de una cierta moral maligna que persigue castrar lo hermoso en aras de una castidad antinatural que postulan pero no ejercen. Véase los miles de casos de sacerdotes pederastas que la Iglesia esconde.

Dejando esa inmundicia al margen, qué queréis que os diga, yo no necesito que nadie salga a defender mi alma. No acepto que nadie, porque algún dios maligno y enfermo de lo ordene, imponga qué debo y no debo ver en el Arte. Porque si dejamos que esa gentuza empiece por Balthus, no se detendrán hasta que haya desaparecido el último desnudo y el Arte no contenga más que cristos, santos, mártires, héroes y material inocuo. La historia de las tres religiones monoteístas nos ha enseñado que el fundamentalismo religioso nunca se ha detenido a la hora de eliminar toda Cultura, Conocimiento o Arte que no sea afín a sus mentes enfermas.

Así nos va.

BONUS

Thérèse soñando – Batlhus

Si deseara parafrasear a Humbert Humber empezaría diciendo: “Thérèse, luz de mi vida, fuego de mis entrañas…” Pero como podéis imaginar, ni soy él ni mi intención es copiarle.

Solo soy, y en eso sí coincidimos, víctima de una Lolita llamada Thérèse, otra nínfula con cuerpo de adorable criatura que esclaviza a quien la conoce, impidiéndole, además, liberarse de la conciencia del pecado. Ese soy yo ahora, un pecador irredento que bebe los vientos por esa criatura que conseguiría de mi lo que deseara.

Pero qué puedo hacer yo cuando se presenta en mi estudio y se sienta frente a mí de ese modo, con las piernas entreabiertas mostrándome las bragas sin pudor alguno; levantando los brazos e insinuándome sus incipientes pechos de los que bebería la leche y la miel que desearan darme.

Y ella lo sabe. Desde su falsa inocencia Thérèse se muestra, se insinúa, se ofrece como la fruta a la que apenas le quedan unas horas para llegar al punto óptimo de maduración.

Si fuera cristiano, ella sería Eva ofreciéndome la manzana. Pero soy un pintor descreído y mi Eva es Thérèse afreciéndome su sexo de mujer inacabada, pero completo en su capacidad tentadora.

Mis amigos —no todos claro— me definen como un “vicioso”, pero cuando los observo mientras miran el cuadro, pudo percibir cómo sus lenguas se relamen por detrás de los labios entrecerrados. Y es entonces que aparece la sutil diferencia entre ellos y yo. Y aparece la pregunta sobre quién es peor, yo que no escondo mis deseos a pesar de no complacerlos, o ellos que bajo ese disfraz moralista le harían todo lo que mi deseo coarta. La respuesta es obvia: a los ojos del mundo ellos son las buenas gentes y yo la maldad. Y es así que se constata que lo que cuenta en este mundo hipócrita no es la verdad, sino la apariencia.

Pero no me importa. Yo soy quien soy y jamás esconderé a los ojos de los demás lo que mis ojos ven y plasman en el lienzo. Y así como esas buenas gentes, iconos de la cúspide moral, babearán por cada niña o mujer que se ponga frente a ellos, yo permaneceré fiel a Thérèse y a esa candidez preñada de sensualidad que la acompañará por siempre.

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Acerca de Manel Artero

Manel Artero, nacido en Barcelona, en el barrio de Poble Sec, dedicó gran parte de su vida a la informática, compaginando con ella su amor por la lectura y por la música. De esta última cursó un grado de Historia. Más tarde haría los tres cursos de narrativa y novela de l’Escola d’escriptura de l’Ateneu barcelonès que le abriría las puertas al mundo de la escritura del que siempre formó parte sin saberlo. Desde entonces ganado diversos premios en concursos de relatos. El más sobresaliente, el de la Asociación “El coloquio de los perros” de Córdoba. Compagina su tiempo entre la escritura y diversos talleres y charlas sobre música, lectura y cultura de paz, que imparte en Cerdanyola del Vallès. El ladrón de rostros es su primera novela. Editada originalmente en 2017 por la editorial Maluma y6 reeditada por su hijo, Roger Artero, en 2023.
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Una respuesta a ¿Por qué elegí a Balthus para «Culpa y Perdón»?

  1. Como el gato, yo también quisiera probar de esa leche.

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