Consejo sexual poético

Quien da por culo
sin delicadeza,
goza mucho él,
pero nada su pareja,

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Si desaparece una lengua, desaparece una cultura

CATALÀ: Hem de ser conscients de que les llengües son essers vius i com a tals neixen i moren, es cert; i això ho poden argumentar tots aquells què amb el seu poderós idioma en tenen prou i no en desitgen més per la seva comunicació.
Es cert què quan mor un esser estimat, vinculat a la nostra vida per fet de sang o sentiment, ens fa més mal que si mor el veí de la casa del costat; i tot i això, si tenim empatia, patim un lleu sentiment de pena per aquell i el seu entorn.
Per què no som capaços de sentir el mateix per l’agonia d’una llengua veïna? Fora tant senzill. Només una mica de respecte cap a qui te la sort de parlar més d’un idioma en lloc d’intentar rebaixar-lo culturalment.
Una paraula es la expressió d’una idea. Per cada paraula que es mor una idea es mor amb ella. Quan tota una llengua es mor, amb ella desapareix tota una cultura única què estava unida a ella de forma indissoluble.
En el nostre mon actual on la tendència es anar cap al pensament únic, la por i la incultura fa que molts ataquin aquelles paraules que no entenen en lloc d’intentar comprendre-les. Amb això es produeix què on hi hauria la possibilitat d’enriquiment cultural hi trobem una lluita ferotge per acabar amb aquella cultura “diferent”. Això, malauradament,  es la síntesi d’una Espanya de la vergonya què ens envolta (inclús dins de casa nostra).
CASTELLANO: Hemos de ser conscientes de que las lenguas son seres vivos y como tales nacen y mueren, es cierto; y eso lo pueden argumentar todos aquellos que con su poderoso idioma tienen suficiente y no desean más para su comunicación.
Es cierto que cuando muere un ser amado, vinculado a nuestra vida por hecho de sangre o sentimiento, nos hace más daño que si muere el vecino de casa; aún y así, si tenemos empatía, sufrimos un leve sentimiento de pena por aquel y su entorno.
¿Por qué no somos capaces de sentir lo mismo por la agonía de una lengua vecina? Sería tan sencillo. Solo un poco de respeto hacia quien tiene la suerte de hablar más de un idioma en vez de intentar rebajarle culturalmente.
Una palabra es la expresión de una idea. Por cada palabra que muere una idea muere con ella. Cuando toda una lengua muere, con ella desaparece toda una cultura única que estaba unida a ella de manera indisoluble.
En nuestro mundo actual donde la tendencia es ir hacia el pensamiento único, el miedo y la incultura hacen que muchos ataquen aquellas palabras que no entienden en vez de intentar comprenderlas. Con ello se produce que donde habría la posibilidad de enriquecimiento cultural encontremos una lucha feroz por acabar con aquella cultura “diferente”. Esto, desgraciadamente, es la síntesis de una España de la vergüenza que nos envuelve (dentro incluso de nuestra propia casa).
Per acabar, unes paraules de Borges/Para terminar, unas palabras de Borges:
«El hecho de no pertenecer a una cultura «nacional» homogénea tal vez no sea una pobreza sino una riqueza. En este sentido, soy un escritor «internacional» que reside en Buenos Aires. Mis ancestros provinieron de muchas naciones y razas distintas, como lo he mencionado, y pasé gran parte de mi juventud viajando por Europa, en particular por Ginebra, Madrid y Londres, en donde aprendí varias lenguas nuevas, alemán, inglés antiguo y latín. Este aprendizaje multinacional me permite jugar con las palabras como hermosos juguetes, entrar, como lo dijo Browning, en «el gran juego del lenguaje».»



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¿Por qué elegí a Balthus para «Culpa y Perdón»?

La continuación de El ladrón de rostros utilizaba, para un punto de giro, una obra del pintor valenciano Enrique Pertegàs. Pero como ya expliqué en un artículo anterior, desistí de ello. El resultado de la subtrama no merecía la complejidad documental que debía hacer. Aunque seguía necesitando una obra pictórica ante la que debía aparecer un cadáver. Era básico, pues quien estuviera pintada en ella, sería un personaje indispensable para un resultado digno.

Me decidí por esta obra: “Thérèse soñando” de Balthus

La escogí por varias razones. La primera, porque es una obra que me encanta desde que la descubrí preparando El ladrón de rostros (Incluso me permití escribir algo basado en ella y que podréis leer en el BONUS que hay al final de este texto). La segunda y más importante, como provocación hacia las mentes moralistas y llenas de un sexo tan sucio como enfermo. Idéntico al que sienten algunos de los personajes de “Culpa y perdón” y muchos miles de criaturas que dedican su vida a la involución cultural y de pensamiento que sus religiones exigen. Sirva como ejemplo, las más de 9.000 firmas pidiendo que el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York la retire, al considerarla “inapropiada”.

Seamos objetivos. Si miramos la pintura, veremos a Therese Blanchard, vecina del pintor. Una niña de once años (en el momento de pintar el cuadro) y modelo de buena parte de su obra, que aparece en una postura digamos, sugerente; incómoda para según que ojos la miren: las piernas algo abiertas, una de ellas levantada enseñando las bragas; los brazos por encima de la cabeza, como si deseara mostrarnos un pecho todavía inexistente y los ojos cerrados como en una ensoñación… Sí, una mirada enferma puede ver provocación sexual en esa púber.  Provocación que le lleve a sentir lascivia y con ella, el sentimiento de pecado, suciedad del alma. Cuestiones más que importantes como para negar la obra a los ojos del Mundo.

Pero, ¿qué sucede con los millones de ojos que son capaces de mirar el cuadro con limpieza? Admirar su luz, el trazo, la composición… ¿Cualquier amante del Arte habrá de pagar por culpa de mentes enfermas de religión y moralidad que pudren hasta los sentimientos más hermosos?

Por lo que sé, Balthus no veía suciedad en sus cuadros. Él veía a las niñas (y yo lo extendería a los niños) con el impudor propio de la inocencia que todavía mantenemos en la infancia. A poco que aceptemos esa premisa veremos que lo morboso no son ellas, ni sus posturas en los cuadros. Lo morboso y enfermo reside en la mirada de algunos que se postulan como adalides de una cierta moral maligna que persigue castrar lo hermoso en aras de una castidad antinatural que postulan pero no ejercen. Véase los miles de casos de sacerdotes pederastas que la Iglesia esconde.

Dejando esa inmundicia al margen, qué queréis que os diga, yo no necesito que nadie salga a defender mi alma. No acepto que nadie, porque algún dios maligno y enfermo de lo ordene, imponga qué debo y no debo ver en el Arte. Porque si dejamos que esa gentuza empiece por Balthus, no se detendrán hasta que haya desaparecido el último desnudo y el Arte no contenga más que cristos, santos, mártires, héroes y material inocuo. La historia de las tres religiones monoteístas nos ha enseñado que el fundamentalismo religioso nunca se ha detenido a la hora de eliminar toda Cultura, Conocimiento o Arte que no sea afín a sus mentes enfermas.

Así nos va.

BONUS

Thérèse soñando – Batlhus

Si deseara parafrasear a Humbert Humber empezaría diciendo: “Thérèse, luz de mi vida, fuego de mis entrañas…” Pero como podéis imaginar, ni soy él ni mi intención es copiarle.

Solo soy, y en eso sí coincidimos, víctima de una Lolita llamada Thérèse, otra nínfula con cuerpo de adorable criatura que esclaviza a quien la conoce, impidiéndole, además, liberarse de la conciencia del pecado. Ese soy yo ahora, un pecador irredento que bebe los vientos por esa criatura que conseguiría de mi lo que deseara.

Pero qué puedo hacer yo cuando se presenta en mi estudio y se sienta frente a mí de ese modo, con las piernas entreabiertas mostrándome las bragas sin pudor alguno; levantando los brazos e insinuándome sus incipientes pechos de los que bebería la leche y la miel que desearan darme.

Y ella lo sabe. Desde su falsa inocencia Thérèse se muestra, se insinúa, se ofrece como la fruta a la que apenas le quedan unas horas para llegar al punto óptimo de maduración.

Si fuera cristiano, ella sería Eva ofreciéndome la manzana. Pero soy un pintor descreído y mi Eva es Thérèse afreciéndome su sexo de mujer inacabada, pero completo en su capacidad tentadora.

Mis amigos —no todos claro— me definen como un “vicioso”, pero cuando los observo mientras miran el cuadro, pudo percibir cómo sus lenguas se relamen por detrás de los labios entrecerrados. Y es entonces que aparece la sutil diferencia entre ellos y yo. Y aparece la pregunta sobre quién es peor, yo que no escondo mis deseos a pesar de no complacerlos, o ellos que bajo ese disfraz moralista le harían todo lo que mi deseo coarta. La respuesta es obvia: a los ojos del mundo ellos son las buenas gentes y yo la maldad. Y es así que se constata que lo que cuenta en este mundo hipócrita no es la verdad, sino la apariencia.

Pero no me importa. Yo soy quien soy y jamás esconderé a los ojos de los demás lo que mis ojos ven y plasman en el lienzo. Y así como esas buenas gentes, iconos de la cúspide moral, babearán por cada niña o mujer que se ponga frente a ellos, yo permaneceré fiel a Thérèse y a esa candidez preñada de sensualidad que la acompañará por siempre.

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Fragmento de «Culpa y Perdón» (título provisional)

La segunda parte de El ladrón de rostros ya anda en plena producción. Debajo de la imagen tenéis una muestra de la subtrama de Alba y Óscar.

[…]

Óscar estaba en la terraza aprovechando el calorcito de abril y escuchando el aria “Un bel di vedremo” de Madame Butterfly en una versión que regalaba YouTube. Era una página musical que siempre le enturbiaba los ojos imaginando a Cio-Cio San esperando reunirse algún día con su amado Pinkerton para entregarse al amor que siente y que ella cree mutuo. Pensaba ahora en el concepto mutuo, lo que convierte al amor de pareja en certeza, e imaginaba a Alba alejada de él. El aria le decía que “un bello día veremos…”, él no sabía cuándo sería ese día ni qué vería en él que no fuera el mundo gris de ahora.

Dejó que la música siguiera entrando en sus oídos y volvió a darle vueltas a la necesidad o no de contarle lo del castrado y lo de la copia del cuadro de Balthus ¿Hasta qué punto era necesario hacerle revivir el infierno pasado? Dio un sorbo a la cerveza y decidió mentir. Buscaría una excusa creíble y sería él quien se acercaría al Hospital Psiquiátrico Penitenciario de Sevilla para entrevistar a Diego y ver de conseguir toda la información posible. Tampoco iba a pasar nada. Seguro que ella se sentiría liberada al poder quedarse sola. Se le ensombreció el rostro preguntándose por qué tardaba tanto en salir a compartir la cerveza con él. En otro momento se hubiera levantado y hubiera entrado a preguntarle si había algún problema, si le necesitaba con el pequeño; ahora permanecía clavado en la silla porque temía encontrar algo indebido si lo hacía.

La desconfianza es una enfermedad terrible y uno de sus síntomas, los celos, son capaces de destruir todo lo que toque ¿Eran celos? Se preguntaba. Nunca los había sentido y no se veía capaz de reconocerlos. La desconfianza no, ese era más habitual. Pero esta vez el dolor interno era otro, ¿Qué le había sucedido las otras veces al ser abandonado? Sí, claro, el malhumor, la ofensa, la autoestima, las ganas de darle una patada en el culo a la que correspondiera y quedarse tranquilo… muchos sentimientos agolpados, cierto, pero ninguno como lo que sentía ahora. Ese era un temor nuevo. No el miedo a quedarse solo, que va, era el miedo a perderla, a no sentirla a su lado cada mañana, a no verla vestirse, a ese pudor infantil que la llevada a medio esconderse hasta no llevar las bragas puestas. Todos esos pequeños detalles que construyen el… el amor. Era eso. La diferencia entre antes y ahora se llamaba “Amor”. A las otras las debió desear, sentirse atraído por ellas, incluso quererlas a su modo. Pero el amor incondicional que sentía por Alba era un sentimiento distinto y mucho más fuerte que le rascaba dentro si pensaba en la posibilidad de perderlo. Y ahora, en un momento tan delicado como aquel iba a soltar una tanda de mentiras para poder irse un par de días, ¿demostraba ser un completo imbécil? Por supuesto, y con letreros luminosos señalándole.

[…]

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De documentaciones y decisiones en la segunda parte de la trilogía de Diego

Enrique Pertegàs 1961

Documentaciones

El desencadenante inicial de la segunda parte de la trilogía de Diego —cuyo primer volumen “el ladrón de rostros” podéis adquirir en este enlace—, llegaba cuando un anciano aparecía muerto frente a un retrato pintado por Enrique Pertegás.

Se trataba de un falso suicidio para el que me tuve que documentar de una forma especial, pues la autopsia debía poder explicar con el mayor detalle la forma de una herida de bala realizada a bocajarro por una pistola, la posición del cadáver y el arma y, lo más importante, qué signos podían evidenciar que aquel suicido, a priori tan claro, escondía un asesinato cometido con premeditación.

Ese desencadenante, ese cadáver frente a una obra que representaba el torso desnudo de una mujer, en una sala austera decorada con crucifijos de todos los tamaños y épocas, regalaban un primer punto de giro: ¿Cuál era el vínculo entre el anciano muerto y la obra en cuestión? ¿Qué hacía un desnudo femenino en una sala preñada de crucifijos e imágenes Cristos espinadosy santos dolientes?

Me empecé a documentar sobre la vida y obra de Enrique Pertegás, alguien por quien ya sentía admiración desde el momento en que lo descubrí para utilizar su obra en “el ladrón de rostros”. Sabía algunas cosas de él: republicano, antifascista, antifranquista, ateo; había trabajado en una revista anticlerical llamada “la traca” y de la que tenía referencias llegadas de mi padre que la había leído en su juventud. Sabía que había sido represaliado y que muchas personas que tenían obras suyas las hicieron desaparecer para no significarse en aquella España tan negra como el alma de los vencedores.

Sí, todo me invitaba a continuar adelante. Para colmo, tenía la posibilidad de contactar con los herederos del pintor pues, el corrector de mi novela, estaba casado con una nieta del pintor. Otra de las sorpresas que pareció reservarme el destino ¡Se puede pedir más! Era la culminación: la casualidad de que el corrector de una novela cuyo tema era “El destino y la casualidad”, fuera familia de uno de los pintores que aparecían en ella.

Decisiones

Y ahí me tenéis, con la escaleta casi terminada y con unas cien páginas escritas, que me di cuenta de que me estaba metiendo en un jardín del que me costaría salir, pues el trabajo de documentación necesario, para que lo escrito fuera fiel a la verdad, iba a costarme muchísimo más esfuerzo del que me veía capaz. Para colmo, cuando me paraba a analizar las subtramas y ver cómo enlazarlas de manera que llegaran al final de forma coherente, me daba cuenta de que eran tan débiles que no me convencían ni convencerían a los hipotéticos lectores.

En ese momento me tocó enfrentarme a algo que, a buen seguro, les ha sucedido a muchos escritores. La disyuntiva de: arriesgarme a perder el tiempo hasta cerrar una novela que siquiera a mí me convencía o tirarlo todo y empezar de cero renunciando a hablar de mi admirado Enrique Pertegás. Debía escoger entre razón y corazón y eso, amigos míos, nunca es fácil aunque siempre es necesario.

Como debía ser fiel a mí mismo, decidí tirarlo todo y aparcar el tema para cuando viera alguna luz al final del túnel. Quedaba casi todo abandonado, apenas algunas escenas entre Óscar y Alba y gran parte del diario que Diego iba escribiendo. Y, por supuesto, el tema de la novela que permanecía invariable en mi mente: La culpa y el perdón.

Durante tiempo, igual que me había sucedido con la primera parte, los documentos, resúmenes, documentaciones, fotografías… languidecían en una carpeta llamada “Pertegás”. Como ya expliqué hace un tiempo, ni mi salud ni mis ganas andaban como para retomar las riendas de mi trabajo. Fue en 2023, cuando en enero empecé a vender algunos ejemplares del ladrón de rostros. Ventas que se han ido manteniendo hasta llegar a algo más de noventa ejemplares. Más de los que vendí por los canales habituales en los años anteriores. Ese cambio representó el pistoletazo de salida para volver al trabajo y enfrentarme a nuevas documentaciones y decisiones que las que hablaré en un próximo artículo.

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La geografía de los niños pequeños

La geografía[1]de los niños pequeños y de los recuerdos que quedan cuando nos hacemos mayores, es muy escasa y apenas se compone de trayectos repetidos.

Una de ellas, podría ser ésta: Salía de mi casa, en la calle Magallanes 51 y giraba hacia la izquierda (dirección contraria a la Plaza del Surtidor). En la esquina con Cruz Canteros, había una tienda de comestibles que se llamaba, si no me falla la memoria, Cal Morral. Enfrente, al otro lado de la calle, estaba la pesca Salada de la señora Maneleta. Era el lugar maravilloso donde conseguir la necesaria sardina cuando correspondía. De la esquina del Morral subía hacia arriba, dirección Montjuic, donde me encontraba, primero la Mercería de la Anita; un sitio extraño para un niño, pero que tenía algo que me cautivaba la curiosidad: el huevo de madera para zurcir las medias. Más arriba, en la otra acera, me encontraba con un sitio que no me gustaba nada, la lechería de la señora Quimeta. Y es que en aquellos tiempos odiaba la leche. Nadie lo entendía, pero imagino que era una cuestión de alergia, y más una leche tan pura como esa. Al llegar a la esquina con Aníbal y antes de girar a la derecha, dirección Radas, había otra tienda de comestibles, la del señor Lluís. Un lugar donde cometí mi primer delito: robar un boniato que, al llegar a casa, mi madre me hizo devolver, haciéndome pasar uno de los momentos más vergonzosos de la vida de un niño (Gracias madre por hacerme ese favor). Y en esa misma finca, el nº 24 de la calle Aníbal, vivía mi abuela materna, mi segunda casa. Y frente a ella, una colchonería en la que vi cardar la lana muchísimas veces desde el largo balcón del piso de la iaia Adela.

La otra geografía importante era el camino a la escuela. Salir del nº 51 y girar a la derecha, atravesar la Plaza del Surtidor con la farmacia a mano derecha (y aquellos caramelos pequeños de color y sabores), el bar Jeniu a la izquierda y frente a él el horno de pan y la papelería donde mi madre, pobre, me compraba día sí, día también, sacapuntas, lápices de dos colores, bolígrafos… todas las cosas que niños más espabilados que yo me hacían desaparecer en la escuela. Seguía adelante y pasaba por otra tienda, la única que recuerdo, porque mi madre me compraba cucuruchos de garbanzos cocidos que yo me comía como caramelos. Y por fin llegaba a la calle Tapioles donde, girando a la derecha y en la acera de la izquierda tenía la Academia Balmes y su director, el sr. Ribot.

Luego vinieron más trayectos, claro, a medida que vas creciendo el mundo se amplía. Aún y así, había una serie de fronteras naturales que marcaban mi infancia. El paseo de la Exposición, el Paralelo, la calle Roser y la Plaza de las Navas. Fronteras que solo se sobrepasaban si iba acompañado de los mayores. Fronteras que al fin, la valentía de la ignorancia y la necesidad de la desobediencia, vencían y hacían mi mundo más y más amplio.

Podría hablaros de los paseos que llegue a hacer con mi inolvidable primo Roberto, en los que superamos el Paralelo hasta adentrarnos en el sórdido pero atrayente mundo de la calle de las Tapias. De incursiones realizadas hasta más arriba del paseo de la Exposición o de llegar hasta la Font de Montjuic… pero nos alejaríamos demasiado del niño que protagonizará las próximas anécdotas.


[1] He decidido que los nombres de las calle mantengan la nomenclatura franquista pues fue en ese periodo oscuro, triste y vergonzoso que crecí y los nombre que manejé.

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Mis manos

Nunca me gustaron mis manos ni tampoco mis pies. Y podría continuar con otras partes de mí cuerpo que no son de mi agrado, pero hacerlas públicas representaría dar pábulo a esos que, no teniendo vida propia, viven y critican la de los demás. De no existir esa inmensa minoría, no me molestaría desnudarme ante la pequeña mayoría que siempre me leerá de forma objetiva. Pero no nos salgamos de guion y dejemos de lado las cuestiones sociales para centrarnos en lo que de verdad importa: mis manos.

Veréis, siempre desee tener unas manos grandes y de dedos largos. No sólo por una cuestión estética, que sí, sino también porque ellas me hubieran permitido tocar la guitarra con menos esfuerzo y tensión con que lo hice. Y eso a pesar de que mi profesor de guitarra consiguió que, con mis “deditos”, hiciera extensiones en el mástil del instrumento con la mayor dignidad. Gracias, Guillem Pérez Quer

Pero como sucede en la vida, no todo es malo. Cualquier cosa negativa tiende a contrarrestarse con algo positivo que la convierte en más llevadera. De ahí que me diera cuenta de que, si mis manos no me gustan en tanto que objeto, he llegado a maravillarme de su funcionamiento como herramienta.

Por ejemplo, en los años que llevo vividos, aprendieron oficios y se convirtieron en manos de albañil, de fontanero, de electricista, de pintor (de brocha y rodillo)… Hoy son manos que escriben y que años atrás hicieron proyectos y programación informática. Manos que tocaron la guitarra y que siempre acompañan a mi voz, gesticulando, cuando he de hablar en público.

Son manos que me enorgullecen porque supieron acoger entre ellas a cada uno de mis cuatro hijos y a mis dos nietos. Manos juguetonas, regaladoras de cosquillas y hasta de algún azote cuando el diálogo fue inútil.

Todavía hoy son manos de enamorado que aprendieron a regalar caricias en el cuerpo de la amada. Con dedos capaces de sustituir a mis ojos cuando la noche los convierte en inútiles. Y viéndolas de ese modo me doy cuenta que, son buenas herramientas para trabajo, el placer, el cariño o el consuelo

Ayer les hice las fotos que acompañan a este texto y que miro mientras escribo, dándome cuenta de que ahora, unido a su poca belleza, se han convertido en manos de viejo que se arrugan y se tiñen con manchas nunca pedidas. Y con todo, me enorgullecen. Gracias por haber aprendido tanto y haberme enseñado que el límite siempre puede estar un poco más allá.

BONUS

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Ciertas personas

Me ha sucedido muchas veces, ciertas personas me engañan de un modo tan doloroso que me veo obligado a realizar una catarsis curativa para no hundirme. Os pondré un ejemplo para que me entendáis.

Un día mi amigo Paco andaba sin dinero y le invité a la cerveza ¡Qué no hará uno por los amigos!, ¿verdad? A ese día le siguieron otros y siempre con el mismo resultado. Más tarde, mi amigo Paco encontró trabajo y se estabilizó. Pero eso no afectó al hecho de que mi cartera siempre fuera la más rápida del bar. Tiempo después cambiaron las tornas y fui yo el que se quedó sin trabajo. Llegó el día en que mi amigo Paco tuvo que invitarme a una cerveza y ahí empezó el problema, que mi amigo Paco es feliz siendo “invitado” pero lleva mal lo de ser “invitador”. Conclusión, que ya me es imposible quedar con mi amigo Paco.

Bien, la realidad es que no tengo a ese amigo imaginario del que os he hablado, pero conozco a mas «amigos Paco» de los deseables. Y no creo que sea el único, si quien me está leyendo tiene suficiente empatía e inocencia para con las demás personas, a buen seguro que conocerá a unos cuantos “amigos Paco” (desde ahora “parásitos” o «vampiros»).

Son las personas “pedidoras” y que nunca serán “dadoras”. Aquellas que te piden favores, favores que uno da sin pedir nada a cambio porque para eso existe la solidaridad entre amigos, pero que desaparecen el día que tú necesitas algo de ellos. Esos compañeros de trabajo que, amparados en el compañerismo, se quedarán con todos los méritos dejándole a uno sin nada. Aquellos con quienes haces proyectos comunes que luego eliminan los Nosotros por un Ellos dejándonos con cara de imbécil.

Amigos, ayer cumplí 69 años y alguien me pidió un favor. Se lo hice. Luego le comenté que podía leer alguno de mis libros y, como no podía ser de otro modo, se me fue por la tangente sin siquiera mentirme diciéndome que lo haría.

Con 69 años y todavía gilipollas. Todavía regalando hora de mi escaso tiempo para recibir Nada. Y es que quien unos pecamos de tontos mientras ciertas vampiros nos chupan emocional y físicamente sin darnos ni la hora… pero no les recriminéis nada, que todavía se ofenden.

Y con todo, a pesar de seguir haciendo el canelo las más de las veces, he aprendido un poco de los vampiros y ando en la vía de curarme. Así que, a buen seguro que antes de los 90, si la salud me respeta, me habré convertido en Van Helsing.

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«Charlas de sexo… libres de morbo» en números

Cuando a finales del año 2020 decidí llevar mis humildes relatos eróticos a la plataforma de podcast IVOOX, jamás hubiera pensado el éxito que tendrían pasados apenas tres años.

Y es que  

Charlas de Sexo… libres de morbo – Podcast en Ivoox  

ha conseguido, desde el 1 de enero del 2021 hasta hoy, 16 de noviembre de 2023, los siguientes números.

  • Ha llegado a 86 países (lo podéis ver en el mapa de cabecera de la entrada).
  • Sus ya 58 episodios han conseguido 47.500 audiciones.
  • Todas ellas han venido de 1.317 suscriptores acumulados.

Ese éxito ha ido acompañado de comentarios tan hermosos como estos que os pongo a continuación

Después de encontrarte, repaso tus podcast retrospectivamente.
Este también me ha gustado!!..cuantas verdades encierra, cuantas verdades.
Me gusta saber que compartes muy bien lo que yo siento.
Muchas 🙂 gracias

Acabamos de conoceros y os felicitamos,,, fuera tabúes, con una pizca de humor y mucha naturalidad…
Desde Argentina, un abrazo fraterno

hola Manel, muy agradecida, sobre todo por ser audios, tu voz tu dicción tu cadencia… me flipa escucharte, lo que cuentas y el cómo, y escuchar a Debussy..
Has sido de mis mejores regalos del año.
¿Dices que hay libros..?
Soy fan total¡¡
Eres inspiración, descanso, masaje cerebral y emocional.
mil gracias

la elegancia echa sexo..
gran momento y una narración exquisita.

Y fueron precisamente estos comentarios los que me llevaron a decirme a convertir las primeras dieciséis charlas y sus relatos correspondientes, en el libro que tenéis a continuación y que podéis conseguir en todos los formatos desde mi página de autor de AMAZON en el siguiente enlace:

Charlas de sexo… Libres de morbo

Dentro del cual encontraréis este contenido

Espero que os animéis a comprar algun ejemplar para leer con vuestras parejas, pues esa y no otra es la intención. Y deseo, de corazón, que si me leéis, os guste tanto como me gustó a mi escribirlo.

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«Ladrón de rostros» – fragmento capítulo 18

[…]

Al principio pensé que me sobrevendría la culpa de un momento a otro. Es lo que acostumbra a suceder ¿Verdad? No, dudo que jamás hayas sentido la culpa a la que me refiero: la liberadora, la que lleva a confesar, a terminar con la vida porque pudre por dentro, a postrarse ante una imagen religiosa…

Creo que llegó un momento que me levantaba esperándola. Encerrado solo y en una casa inmensa, el tiempo transcurre de otro modo y no tuve conciencia de cuánto debió pasar, pero nunca sobrevino ¿sabes? Tras tantos días esperándola, después de haberme obsesionado con ella, un día, sin venir a cuento, caí en la cuenta de que nunca la sentiría. Tomé consciencia de que algún gen dentro de mí había nacido años atrás en Hungría, había viajado con mi madre a América y se me había instaurado en algún rincón del alma. Era capaz de vivir con esa carga y no sentir nada.

            Podía continuar haciendo las mismas cosas pero sin el peso de la incertidumbre, ni la responsabilidad del mal. Era totalmente libre. Podía pasarme las horas sentado, escuchando música y mirando su retrato y mis manos. Me daba cuenta de cuan hermosa era María allí, aprisionada en mi lienzo, para siempre. Y después miraba mis largos dedos, los apéndices encargados de transmitir mi poder a la tela a través de los pinceles y me admiraba mi capacidad para captar la sutil sensualidad de su mirada, la humedad de sus labios, la perfección de su cara. Sí, era eso, era así de simple, le había robado su belleza antes de que la vejez, los achaques o la enfermedad los borraran de su rostro.

[…]

Consigue tu ejemplar de la novela en: Este enlace

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