Arquímedes (anécdota para niños)

En la isla de Sicilia, esa que parece que la bota de la península Itálica vaya a patear, se encuentra la hermosa ciudad de Siracusa. Pues fue en esa hermosa ciudad donde, hace ahora unos 2300 años, nació y vivió un gran hombre llamado Arquímedes, gran matemático, físico, astrónomo e ingeniero.
Cuenta la leyenda que el rey Hierón II de Siracusa encargó a un orfebre la fabricación de una corona y para ello le fue entregado a dicho orfebre un bloque de oro.
Pasado un tiempo, el orfebre se presentó en palacio con una hermosa corona. Al ser recibido por el rey dijo – Majestad, este es el humilde objeto que mis manos han podido hacer para vos.
– Hermosa corona, es verdad – Respondió el rey. Tomó una monedas y le dijo – Espero que este sea un justo pago por tu esfuerzo orfebre.
Tomándolas en la mano y sin mirarlas, el orfebre respondió – Gracias Majestad. Me doy por bien pagado – dicho lo cual dio media vuelta y se marchó.
El rey, reconocido por todos como tacaño y desconfiado, virtudes que acostumbran a tener los que detentan el poder, se quedó pensando “no ha verificado el pago que le he hecho y reconozco que le he pagado poco. ¿No será que la corona que me ha entregado no contiene la misma cantidad de oro que le entregué? ¿Y si ha mezclado cobre con el oro para que pesen lo mismo?”. Todos estos pensamientos siguieron rondando por la mente del rey hasta el punto de que le quitaron el sueño.
Pasados tres días, decidió llamar al hombre más inteligente de la ciudad, el único capaz de encontrar la solución a su problema. – Traedme a Arquímedes – dijo.
Dos soldados de su guardia personal salieron rápidamente hacia la casa del famoso científico, le obligaron a dejar lo que estaba haciendo y lo llevaron ante la presencia del rey.
– ¿Qué deseáis mi señor? – preguntó el sabio.
– Mira esta corona Arquímedes. Me la ha hecho el orfebre a partir de una pieza de oro igual que la que tengo en mi otra mano – respondió Hierón enseñándole ambas piezas. – Las he pesado y, evidentemente, pesan lo mismo, pero la cuestión es ¿Cómo sé que en la corona tengo la misma cantidad de oro que en el otro bloque?
– No lo sé majestad. Lo único que podríais hacer es fundir la corona en un bloque y calcular si el volumen de ambos es idéntico.
– ¿Y echar a perder una pieza como esta? – Estalló el rey para continuar – Todos dicen que eres un gran sabio. Demuéstramelo resolviendo este problema o atente a las consecuencias.
Bien es sabido que nunca ha sido bueno llevar la contraria a aquellos que mandan. Son seres acostumbrados a tener aquello que desean, por imposible que sea llevarlo a cabo. Por esa razón salió Arquímedes cabizbajo y preocupado por su vida. Si no resolvía el problema no quería ni imaginarse cual iba a ser su futuro.
Llegó a su casa y se puso a pensar en el problema de la corona. Debéis saber que en esa época, la geometría no era capaz de resolver problemas de volúmenes complejos como el de una corona, con sus formas, volutas, filigranas. Durante los días siguientes se devanaba los sesos pensando en ese problema y en cada uno de ellos los mensajeros del rey iban a preguntarle si había encontrado la solución, alertándole además de que el tiempo pasaba.
Con todos esos problemas, cálculos, intentos de encontrar una solución, no solamente había olvidado la comida, sino que además se encontraba sucio y sudoroso. Por esa razón decidió ir a los baños de la ciudad ya que pensó “al menos el baño me permitirá relajarme un poco y enfrentarme al problema algo más tranquilo”.
Así lo hizo. Se puso la túnica, calzó sus sandalias y partió hacia los baños. Estos estaban en un edifico anexo a la plaza del centro de la ciudad. Cuando llegó, pidió que le prepararan una bañera, tomó unas ramas de laurel para restregárselas por la espalda y se fue al vestuario a quitarse la ropa. Una vez desnudo se acercó a la que le habían asignado. Nada más llegar se percató de que estaba llena a rebosar, ni siquiera había un dedo entre el nivel del suelo y el del agua. Sin preocuparse por ello, ya que él seguía con sus cavilaciones para resolver su problema, se sumergió por completo en el tibio líquido.
Entonces sucedió. Al estar tan llena y entrar él en ella, una gran cantidad de agua se desbordó mojando todo el suelo. Fue en ese momento cuando cambió por completo el gesto de su cara. De la preocupación inicial pasó al asombro, y de este a la más inmensa alegría cercana a la histeria. Salió rápidamente del agua, y desnudo como estaba corrió hacia su casa gritando “EUREKA, EUREKA” que en griego significa “LO ENCONTRÉ, LO ENCONTRÉ”
El hecho es que de un modo tan simple había descubierto un principio que hoy lleva su nombre. Se dio cuenta de que si calculaba el volumen del agua que había rebosado de la bañera, con toda probabilidad sería igual que el volumen de su cuerpo. Ya en su casa, hizo algunas pruebas con diferentes bloques de distintos materiales. Los sumergía en el agua y después de recoger la sobrante en un depósito en forma de cubo, calculaba el volumen de ambas.
Una vez verificada la certeza de su idea, pasó a sumergir la corona y apartó el agua que había rebosado, calculó su volumen y lo apuntó en un pergamino. Tomó después el bloque de oro, idéntico al que se había utilizado para hacer la corona, y repitió el experimento apuntando en el pergamino el resultado obtenido. Con esos cálculos fue a palacio para pedir audiencia con el rey. Una vez ante él le entregó los resultados y Hierón le preguntó – ¿Son completamente correctos los cálculos que me entregas, Arquímedes?
– Así es majestad. Los he comprobado varias veces y puedo afirmar que son correctos – Respondió Arquímedes.
La Historia no nos ha dejado constancia de lo que había escrito en el papiro. Lo que parece ser cierto es que aquél orfebre dejó de trabajar aquel mismo día. De todos modos y pensando en la ciencia, lo más importante es que desde ese momento se podían fabricar barcos con la certeza de que flotarían, del mismo modo que hoy en día hay súper petroleros que pesan miles de toneladas y surcan los mares sin hundirse. Y todo ello gracias a un baño y a la obsesión del científico por encontrar respuestas a las preguntas.

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Acerca de Manel Artero

Manel Artero, nacido en Barcelona, en el barrio de Poble Sec, dedicó gran parte de su vida a la informática, compaginando con ella su amor por la lectura y por la música. De esta última cursó un grado de Historia. Más tarde haría los tres cursos de narrativa y novela de l’Escola d’escriptura de l’Ateneu barcelonès que le abriría las puertas al mundo de la escritura del que siempre formó parte sin saberlo. Desde entonces ganado diversos premios en concursos de relatos. El más sobresaliente, el de la Asociación “El coloquio de los perros” de Córdoba. Compagina su tiempo entre la escritura y diversos talleres y charlas sobre música, lectura y cultura de paz, que imparte en Cerdanyola del Vallès. El ladrón de rostros es su primera novela. Editada originalmente en 2017 por la editorial Maluma y6 reeditada por su hijo, Roger Artero, en 2023.
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4 respuestas a Arquímedes (anécdota para niños)

  1. Pingback: Pirámide del poder y de la democracia (Cuento infantil) | El Día a Diario

  2. daniela dijo:

    que largo

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