Cartas desde Barbastro — Lazo negro 12

Infernal San Leonardo de Yagüe

 Añorada Alma,

Con que poca cosa nos conformamos a veces. El hecho de poner tu nueva dirección en un sobre ya me parece una bocanada de aire limpio que antes me faltaba. Y saberte alejada de Ainsa y de Magdalena (a la que Dios perdone) y de todos los fariseos que la pueblan. El único que me preocupa es Manuel, las cosas que he averiguado le atañen de manera directa y no sé si debería contárselas. Pero claro, eso a ti, a tu juventud y a tu futuro apenas os atañen. Por eso será mejor que no embrutezca la carta con pensamientos oscuros cuando debería mandarle luz y alegría. Las cosas que he sabido de la guerra, de nuestro pueblo, de algunos de nuestros vecinos. Qué baño de sangre derramada por nada (así en el original). Ya ves que me cuesta mucho, Alma. Hoy me es casi imposible. Será mejor que termine de escribirla mañana.

Cuando leía tu última carta pensaba que mientras en ese tren tuyo la vida pasaba deprisa, en mi cárcel  sin barrotes todo se convierte en sólido inmóvil. Nada ocurre, nada sucede, pero unos muros cada vez más altos y peligrosos se ciernen a nuestro alrededor. Y toda la culpa es mía.

Lo único que necesitamos es Tiempo. La iglesia es experta en él, en dejar que el Tiempo lo pudra todo hasta hacerlo desaparecer. Esa es un arma que podemos utilizar en nuestro beneficio: la Paciencia.

Nombras a Dios como “mi” dios. Pues ese dios ha muerto, Alma. Y con él la Meretriz, la puta del Poder y todos sus acólitos entre los que ya no me cuento, a pesar del hábito que estoy obligado a vestir. Jamás se limpiará la sangre que mancha las manos de ese dios. Jamás (así en el original).

Me dices que “sucumbiremos sin el tacto y la mirada”, mientras las cartas permanecerán. No es cierto. No al menos para mí. Porque la tinta sobre el papel puede borrarse, mientras que cada caricia tuya sigue transitándome por la piel, rememorándote. El papel puede destruirse de mil modos, mientras que los recuerdos pueden pervivir en la memoria de quien los atesora. Claro que puede llegar el olvido. Bien como terapia, porque el recuerdo causa dolor, o bien como acto voluntario, porque deseemos llenar su espacio con un recuerdo mejor. Pero yo me niego, no deseo sustituir tu recuerdo, el de tus caricias, el de tus palabras, porque ninguno de ellos me causa dolor alguno, bien al contrario, son el bálsamo que me permite sobrevivir sin tenerte. No me olvides tú tampoco. No seas papel. Te lo ruego.

Nos falta tan poco que pronto parecerá que el tiempo se detiene para martirizarnos. Pero habrá un día a día, unas horas de descanso en esa tensa espera. Tengo tanta urgencia, Alma…  (Los puntos sustituyen a un par de frases totalmente ilegibles)

Ahora es tiempo de razonar y planificar. Preparar ese nuevo paraíso llamado Barcelona que será el origen de nuestro futuro común. El espacio donde podrás cumplir tu deseo de cuidarnos. Cuidarnos el uno al otro, envejecer juntos. A veces tengo tanto miedo. Mi edad, que pronto seré un anciano para ti; mis muchos estudios y mi nula experiencia en la Vida, de qué me servirá todo eso cuando deba ganarme el pan… ya ves que pensamientos me invaden cuando Tú te me apartas del recuerdo. Pero sé que los buenos cristianos a los que acudiremos nos ayudarán en todo lo posible. Al final de la carta te pondré la dirección a la que puedes acudir por si los necesitaras.

También me dices en la tuya que lloras a menudo. Y se me parte el corazón. Pensar que esas lágrimas son por mi causa me llenan de desdicha. Y no puedo evitarlo, me maldigo. Porque lo que yo deseo es tu risa. Tu Ángel, ese hombre que lo es por tu amor, solo aspira a devolverte un poco del elixir que le regalaste, que todo lo cura y todo lo mitiga.

Ya termino, Alma. A partir de ahora nos mandaremos notas escuetas, no quiero dar pie a que nadie pueda ver más de lo que ya adivinan. Mandaré otra carta a Manuel para que haga unas indagaciones que nos atañen, y a él de forma personal, y mandaré una tercera a mi tía para ir preparándola. Queda trabajo, mucho trabajo por hacer.

Te dejo, Alma. No querría, lo sabes. Porque mientras escribo mantengo abierto un vínculo contigo que parece romperse al cerrar el sobre. Pero debo decirte hasta pronto.

 

Tuyo y prisionero,

Ángel desnudo.

 

PD: Me gusta pensar que somos una nave surcando el mar del tiempo, sin más límite que las orillas de la imaginación. (No sé si la frase es mía, pero nos define)

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Acerca de Manel Artero

Manel Artero, nacido en Barcelona, en el barrio de Poble Sec, dedicó gran parte de su vida a la informática, compaginando con ella su amor por la lectura y por la música. De esta última cursó un grado de Historia. Más tarde haría los tres cursos de narrativa y novela de l’Escola d’escriptura de l’Ateneu barcelonès que le abriría las puertas al mundo de la escritura del que siempre formó parte sin saberlo. Desde entonces ganado diversos premios en concursos de relatos. El más sobresaliente, el de la Asociación “El coloquio de los perros” de Córdoba. Compagina su tiempo entre la escritura y diversos talleres y charlas sobre música, lectura y cultura de paz, que imparte en Cerdanyola del Vallès. El ladrón de rostros es su primera novela. Editada originalmente en 2017 por la editorial Maluma y6 reeditada por su hijo, Roger Artero, en 2023.
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